Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1869-1871 (Cortes Constituyentes de 1869 a 1871)
Sesión: 24 de febrero de 1869
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 12, 185 a 191
Tema: Voto de gracias al Gobierno provisional

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Señores Diputados, embarazosa y difícil es la situación en que me levanto a hacer uso de la palabra para cerrar este importante debate: embarazosa y difícil, porque entablada la lucha en un campo, me cuesta trabajo volver mis armas contra el otro. Del campo aquel es de donde yo esperaba los ataques, contra el campo aquel es contra el cual creía yo tener necesidad de defenderme.

Pero no es así. De otro campo han salido también los ataques; con sentimiento los he recibido; con sentimiento, por el cumplimiento de mi deber, no digo que las devolveré, pero sí debo defenderme de ellos.

Embarazosa y difícil es mi situación también, porque tratándose de una proposición de gracias a los individuos que componemos el Gobierno provisional por los pequeños servicios que hayamos podido prestar en las críticas y difíciles circunstancias por que hemos atravesado, y por los escasos merecimientos que hayamos podido alcanzar, y tratándose también de conferir a uno de los individuos del mismo Gobierno, a su dignísimo Presidente, la altísima honra de presidir el Gobierno que, con las Cortes Constituyentes, va a gobernar el país en adelante, los señores Diputados comprenderán que su dignidad le impone al Gobierno el deber de no decir una palabra sobre este punto.

Verdad es que acerca de la proposición no necesita decir nada. Oradores elocuentísimos han contestado cumplidamente a las observaciones que sobre ella se han hecho, haciendo al Gobierno provisional la justicia que en su recta conciencia les ha merecido, y dando a los individuos que le componen una cariñosísima prueba de leales correligionarios y de sinceros amigos.

Pero si el Gobierno provisional no puede ni debe tomar parte en el debate en lo que tiene relación con la proposición que se discute, faltaría a su deber si no contestara cumplidamente a los cargos que se le han dirigido. Esto es la que me propongo yo hacer de la manera que pueda, teniendo en cuenta que no significa esto, ni quiere el Gobierno provisional que signifique, que este debate cierre el examen de los actos del Gobierno, actos que en [185] las Memorias presentadas por los diversos Ministerios, y que están sobre la mesa de la Presidencia, pueden estudiar y discutir los Sres. Diputados siempre que lo tengan por conveniente; en la inteligencia de que los individuos del Gobierno provisional tendrán mucho gusto en dar todas las explicaciones necesarias, y en demostrar que si no han estado en todo acertados, por lo menos han cumplido como buenos, siendo leales a la revolución de septiembre e hijos honrados de este grande aunque desventurado pueblo.

No quisiera, Sres. Diputados, molestar por mucho tiempo vuestra atención, y voy a ver si concreto todo lo posible las ideas, agrupando los argumentos más salientes que se han dirigido contra el Gobierno provisional, y prescindiendo de muchas cuestiones de detalle que, no ofreciendo gran importancia por lo crítico de las circunstancias, las dejo para tenerlas en cuenta y recogerlas al paso, si se enlazan con argumentos más principales expuestos en los diversos discursos que en contra se han pronunciado.

Antes de todo, quiero dar a las Cortes Constituyentes una satisfacción, satisfacción que doy con tanto mayor gusto, cuanto que encierra la respuesta a un cargo que indirectamente se nos ha hecho. Se ha dicho por algunos: " El Gobierno provisional tiene mucha prisa para que el Congreso se constituya, y no ha tenido tanta para reunirlo."

Si el Gobierno provisional no hubiera tenido que ocuparse más en consolidar y en regularizar la revolución de septiembre; si el Gobierno provisional no hubiera tenido que ocuparse más que en dar justa satisfacción a las naturales exigencias del principio liberal triunfante, sin duda hubiera podido reunir algo ante las Cortes Constituyentes, satisfaciendo así el vivísimo deseo que tenía de depositar en manos de los elegidos del pueblo la soberanía que la revolución le confiara, y haciendo fácil y gloriosa la difícil y altísima misión que se nos confió; pero, señores, apenas pasados los primeros momentos del asombro de nuestros enemigos, las asechanzas y los ataques se multiplicaron y aparecieron por todas partes; y aquí abusando del nombre de nuestra religión, y allí fingiendo un liberalismo exagerado, excitando en unas partes las malas pasiones, halagando en otras los bastardos instintos, y explotando en todas y de todos modos la credulidad de las masas inconscientes, la revolución se ha visto a punto de perecer envuelta en sus propios extravíos, y el Gobierno provisional ha tenido que andar despacio y con pie seguro un camino escabrosísimo, erizado por un lado de los peligros que le oponían las soluciones violentas propuestas por el delirio de sentimientos liberales, y por otro de las pérfidas maquinaciones a que apelan siempre los que, eternos enemigos de nuestras libertades, todavía sueñan con la venda del torpe fantasma de los pasados siglos.

Con la previsión en unas partes, con la prudencia en otras, con el consejo en todas el Gobierno iba salvando las dificultades que encontraba en su camino, y la revolución iba haciendo su marcha majestuosa, a pesar de los obstáculos que se le oponían. Desgraciadamente en algunas partes no ha bastado ni el consejo, ni la previsión, ni la prudencia: el Gobierno se ha visto obligado a defenderse, y lo ha hecho con la energía propia del que tiene en sus manos los destinos de un gran pueblo: ha sido afortunado en la lucha; pero después de la victoria tengo la satisfacción de manifestar a las Cortes que ni una sola lágrima ha hecho derramar, ni ha hecho verter una sola gota de sangre.

A pesar de esto, Sres. Diputados, todavía hubiera podido el Gobierno adelantar algo la época de reunión de las Cortes; pero, señores, no lo creyó conveniente, porque las oscilaciones que quedan por algún tiempo después de un gran sacudimiento político hubieran bastado quizás para producir gran perturbación en el ejercicio del sufragio universal, desacreditado ese gran principio proclamado por la revolución, consignado en nuestra legislación y sancionado por la práctica. Necesitó el Gobierno persuadirse, tener la seguridad de que la elección se iba a verificar en completa tranquilidad, y de que el sufragio universal había de quedar acreditado para siempre. Si el Gobierno no hubiera sido tan amable de la libertad; si el Gobierno no estuviera tan identificado con los principios de la revolución y decidido a consolidarla de todos modos y con todos sus esfuerzos, le hubiera bastado quizás adelantar algo la época de la elección, seguro de que la perturbación con que se hubiera verificado hubiera bastado para desacreditar el mismo principio que estaba obligado a defender y salvar. El experto piloto no saca el buque del puerto cuando la mar está alborotada; prefiere esperar a que la calma renazca para darse a la vela con completa seguridad.

Voy a ver, Sres. Diputados, si puedo concretar un poco los cargos que han dirigido al Gobierno.

Se ha dicho por diferentes oradores que han tomado parte en la discusión, que el Gobierno ha violado los derechos individuales, y que el Gobierno ha entorpecido con sus actos la marcha de la revolución. Yo voy a demostrar a los Sres. Diputados, que no sólo no es así, sino que el Gobierno ha hecho todo lo posible para sancionar los derechos individuales que la revolución proclamó.

La libertad de imprenta. Se ha tratado aquí de libertad de imprenta, y se ha dicho que el decreto de imprenta era una de las disposiciones más violentas a que había estado sujeta la prensa en este país. Yo sólo puedo decir que es uno de los decretos más liberales que hay, no sólo en Europa, sino en el mundo: el principio que en él se consigna es perfectamente liberal, viene a significar lo siguiente: "no hay delitos de imprenta, no debe haber leyes especiales de imprenta; no hay penalidad especial de imprenta:" ese es el principio que se consigna en el decreto de imprenta dado por el Gobierno. Naturalmente, como por medio de la imprenta, como por cualquier otro medio, se pueden cometer abusos y delitos, entran estos bajo la jurisdicción del Código penal: que este Código sea bueno o malo, eso no es cuenta del Gobierno, ni el Gobierno podía modificarlo. Pero los señores que han hecho la oposición a este decreto, el Sr. Castelar singularmente, que ha sido uno de los que más duramente lo atacaban, ¿cómo justificaban que el decreto de imprenta no era liberal? Yo ruego al Sr. Castelar, yo le pido por favor que me cite una disposición constitucional tomada de cualquier Constitución, así republicana como monárquica, que sea más liberal que el decreto de imprenta tan combatido por S.S. ¿Tiene S.S. la bondad de citarme la prescripción constitucional del país más libre del mundo, en concepto de S.S., de la Suiza, que al parecer es su cariño, su amor, su encanto? Pues bien que me cite la prescripción constitucional de la Suiza relativa a la imprenta, y se convencerá de que el decreto que ha combatido es mucho más liberal que aquella prescripción constitucional.

Se han atacado también los decretos sobre reunión y asociación: yo digo respecto de estos decretos lo mismo que del de imprenta; que los señores que los han combatido me citen la prescripción constitucional del país que quieran, monárquico o republicano, en que los derechos [186] de asociación y reunión tengan una sanción más liberal, y en que estén mejor establecidos que lo están en los decretos del Gobierno provisional.

Señores, es muy extraño que cuando esto sucede, cuando se combaten decretos como el de imprenta, asociación y reunión, se aplaudan como inmejorables decretos de otros países que se nos citan como modelos, y que en realidad son muy inferiores. ¿Por qué hemos de decir que es bueno, excelente, inmejorable, lo que se hace en otras partes, y que es malo, pésimo lo que hacemos aquí? ¿Es por que las prescripciones constitucionales que tanto ensalzan están establecidas en países extranjeros y escritas por extranjeros que no hablan nuestra lengua, que no nos son conocidas, y que lo que aquí hacemos es obra como si dijésemos de casa, y hecha por personas que nos son conocidas? ¿Qué manía es esta de rebajar todo lo que hacemos en nuestro país, ensalzando al mismo tiempo lo de los demás?

Pero se dice que la aplicación del decreto ha sido dura, que el Gobierno ha sido cruel, citándome en primer término el decreto de imprenta. El Sr. Castelar se lamentaba grandemente de la aplicación que el Gobierno provisional había hecho del decreto de imprenta, y nos citaba una porción de prisiones y de castigos de que yo no tengo noticia. En confirmación de estas palabras del Sr. Castelar, se levantó un Sr. diputado, el Sr. Joarizti fue, en efecto, encausado, no por delito de imprenta, sino por un delito común cometido por medio de la imprenta: por el delito de desacato cometido en un artículo referido a los acontecimientos de Málaga, en los mismos instantes en que se estaba resolviendo a tiros aquella desgraciada cuestión.

Voy a tener el gusto de leer a las Cortes el artículo por el cual el Sr. Joarizti fue encausado. Era, señores, el 3 de enero, cuando todavía se estaban recibiendo aquí noticias de la lucha de Málaga, y el Sr. Joarizti decía en La Igualdad lo siguiente:

" Aprovechemos, pues, el tiempo; aprovechemos los pocos instantes que nos restan; aprovechemos los últimos fulgores de la libertad.

Si la revolución ha de salvarse, si hemos de poner un dique que pueda a tiempo contener el torrente de la reacción es necesario, es urgente que, sin pérdida de un solo momento, todas las asociaciones liberales, todas las corporaciones populares, los Voluntarios de la libertad, a quienes tan cruelmente se ultraja, cuantos, en fin, conserven un resto de amor patrio, cuantos conserven un resto de pudor, cuantos conserven un resto de dignidad, adopten una actitud enérgica y decisiva. Es necesario que de todos los ámbitos de España se lance un grito de indignación, se levante una protesta unánime contra el inicuo proceder del Gobierno."

Esto, señores, lo publicaba un periódico en los momentos en que el Gobierno estaba dando una batalla, defendiéndose contra los perturbadores que le atacaban con las armas en la mano, excitando así a la rebelión, e incitando a todos, incluso a los Voluntarios de la libertad, que se uniesen a los sublevados de Málaga. El juez de primera instancia, creyó que en esto había un delito común y lo persiguió, dando un auto de prisión con fecha 28 de enero de 1869. De manera que el Sr. Joarizti, que tanto se queja de la dureza y de la crueldad el Gobierno; el señor Joarizti, que tanto ataca al Gobierno desde su banco, está en ese banco a pesar de un auto de prisión, y lo está por lo que S. S. sabe y yo no tengo necesidad de decir. (El Sr. Joarizti: Yo deseo que S. S. lo diga) Pues voy a decirlo.

El Sr. Presidente llama a Joarizti al orden.

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): A mí se me aproximó un amigo de S.S. para decirme que hablara al juez a fin de que el auto de prisión no se llevara a cabo; y como yo no tenía ni interés, ni empeño en que S. S. fuera al Saladero; yo que estoy siempre dispuesto a otorgar gracia a mis adversarios con tanto más gusto cuanto más rudos y más fuertes sean, hice lo que creí que debía hacer, y el auto de prisión no se ha llevado a cabo: y por eso el Sr. Joarizti está sentado en ese banco, y por eso ha venido a atacarme aquí. No hago por esto cargo alguno a S. S., no hago más que fijar los hechos. El Sr. Joarizti dice que el Ministro de la Gobernación es duro y cruel con los escritores, y el Ministro de la Gobernación dice que no es tan cruel ni tan duro cuando a pesar de un auto de prisión, no sólo no está preso, sino que se halla en el Congreso.

Pero no es esto sólo, Sres. Diputados; el Sr. Joarizti cree que la prensa ha estado amordazada, y el Sr. Castelar llevó la exageración hasta el punto de decir que jamás había estado tan violentamente tratada; y es necesario que yo demuestre a las Cortes que no ha sido así, que sólo en momentos contados, y cuando el gobierno tenía que defenderse con las armas en la mano, es cuando ha tenido que impedir ciertas cosas, no por su cuenta, no, sino por cuenta del tribunal ordinario, que es el único que entiende en ese asunto. Fuera de eso, señores, si el Gobierno ha cometido excesos, han sido excesos de lenidad, de generosidad y de condescendencia con la prensa. Dice así el periódico que tengo en la mano:

" Conformes estamos también con El Siglo, cuando dice que los hombres que dirigen desde el poder la revolución de septiembre, comprenden que sus hombros son poco robustos para sostener un rey improvisado; sueñan en golpes de Estado; derraman la sangre de sus hermanos; malgastan los recursos de la Hacienda; marchan al azar divididos, diseminados, sin rumbo fijo, a merced de la ira y el desaliento; son a la vez sanguinarios por torpeza, dementes por impotencia, malversadores por miedo e injustos por rencor."

Yo ruego a los Sres. Diputados que me digan si ha habido algún Gobierno atacado de esta manera.

Pero no basta esto, no. En otro número se dice lo siguiente:

" Y unas Cortes, en tales condiciones elegidas, en tales circunstancias convocadas, ¿podrán ser nunca la verdadera expresión de la voluntad nacional? ¿Podrán reflejar por ventura el espíritu del país? ¿Podrán ser acaso el cumplimiento de la solemne promesa hecha en Cádiz? ¿Podrán ser quizás las hijas legítimas de nuestra revolución? ¿Cabe siquiera imaginar que puedan ampararla, conservarla y desarrollarla? ¿Pueden sus actos tener fuerza ni valor alguno? ¿Podrá exigirse de ningún partido, de un solo ciudadano siquiera que los respete? Nunca: y nosotros desde luego declaramos, que elegidas en las condiciones dichas, las Cortes que viniesen, ni podríamos reconocerlas, ni podrían sus acuerdos a nada comprometernos."

No quiero hacer comentarios; no hago más que examinar hechos, porque estoy dispuesto única y exclusivamente a defenderme y a defender al Gobierno provisional; no vengo esta noche en son de ataque.

Pero todavía no es eso todo.

Oigan los Sres. Diputados. Se dice en otro número de este periódico: [187]

" Los robos cometidos por la soldadesca desenfrenada no tienen número (está hablando de los sucesos de Málaga); si el general Prim, como jefe de los soldados salteadores de Málaga, quiere saber el número de las casas robadas, mande instruir un expediente sobre el particular, ahora que están frescas las brechas causadas en las cómodas, pupitres, arcas, etc. que guardaban los intereses de ciudadanos pacíficos.

Los republicanos de Málaga ponían en sus barricadas 'Pena de muerte al ladrón.

Los soldados educados a lo Prim, robaron a ojos vistos y con violencia, sin jueces que los sentenciaran.

Los republicanos de Málaga daban la licencia absoluta al prisionero, no haciéndole daño alguno.

Los soldados educados a lo Prim, ataban a los prisioneros, y después de llevarlos a vanguardia de las barricadas, los fusilaban o arrojaban por los balcones.

Los republicanos de Málaga, tres meses antes de lo ocurrido, abrazaban al falso Prim llamándole valiente.

Los asesinos de los republicanos de Málaga protestaron el manifiesto de Prim, llamándole cobarde.

Pueblo madrileño, ya habéis visto el ejemplo. Haced muchas guardias, lucid vuestros kepis, saboread la dedada de miel que os están dando, y dormiros en la creencia de que esta noche sois libres para mañana despertar esclavos.

Si queréis ser sabios y prudentes, tomad un consejo.

Haced pabellones esas cañas de pescar, y retiraos a vuestras casas.

No haced caso de vuestros jefes, que estos, en su mayor parte, sueñan con el monarca que dice que vendrá, para poner en sus muestras: proveedores de pescados de S. M., ultramarinos u otros géneros. Basta de jugar a lo soldado.

Vuestra preciosa sangre vale más que la de los aventureros mandarines. "

Digan los Sres. Diputados si hay en el mundo un país en que esto se consienta; es más: digan si hay un país en el mundo en que haya uno capaz de escribir esto. Señores, ¿qué idea se formarán de España en el extranjero, los que hayan leído este suelto; qué dirán de un país donde se llama a los soldados ladrones, salteadores, asesinos y cobardes? Si eso fuese cierto no mereceríamos más que el desprecio. Pues qué, los soldados ¿no son hijos del pueblo? Entonces, ¿cómo se trata así a los soldados? Un país en que hubiera estos soldados, sería un país de perdidos y de cafres. Se necesita, señores, para escribir esto no ser español.

Es verdad que al día siguiente, porque este número fue también denunciado, trajo el periódico una pequeña rectificación; pero no rectificaba nada respecto a lo que había dicho de los soldados, y decía lo siguiente:

" En nuestro número de ayer, en la segunda plana, y después del artículo titulado Adelante, aparece un suelto que empieza: En la posada de la victoria' y termina: Aventureros mandarines."

Digan los Sres. Diputados si hay en el mundo un país en que esto se consienta; es más: digan si hay un país en el mundo en que haya uno capaz de escribir esto. Señores, ¿qué idea se formarán de España en el extranjero, los que hayan leído este suelto; qué dirán de un país donde se llama a los soldados ladrones, salteadores, asesinos y cobardes? Si eso fuese cierto no mereceríamos más que el desprecio. Pues qué, los soldados ¿no son hijos del pueblo? Entonces, ¿cómo se trata así a los soldados? Un país en que hubiera estos soldados, sería un país de perdidos y de cafres. Se necesita, señores, para escribir esto no ser español.

Es verdad que al día siguiente, porque este número fue también denunciado, trajo el periódico una pequeña rectificación; pero no rectificaba nada respecto a lo que había dicho de los soldados, y decía lo siguiente:

" En nuestro número de ayer, en la segunda plana, y después del artículo titulado Adelante, aparece un suelto que empieza: 'En la posada de la victoria' y termina: 'Aventureros mandarines'.

Este suelto no pertenece a la redacción, ni fue autorizado por el director. Cómo pudo llegar a la imprenta y aparecer en las columnas de nuestro periódico, no nos ha sido dado averiguarlo todavía. Conste de todas maneras que la redacción rechaza la responsabilidad del citado suelto, en el que se usa un lenguaje que no es el nuestro, y se hacen apreciaciones respecto al general Prim, de los Voluntarios y de ciertos sucesos y personas, que nunca nos hubiéramos permitido. "

No dice nada de los soldados, que son los más calumniados. Pero todavía hubiera bastado esto, si a los tres días de publicada esta rectificación no hubiera acogido el periódico, en forma de comunicado, precisamente las mismas acusaciones y calumnias que acababa de rectificar. El 8 de enero rectificaba, y el 11, tres días después, volvía a decir lo mismo que había dicho antes de la rectificación, en forma de comunicado. Oídlo:

" Aunque me es doloroso narrar los hechos que han tenido lugar en ésta, lo haré para que no queden impunes las fechorías cometidas por esta horda de caribes que, titulándose españoles, forman parte de nuestro ejército: no puedo comprender cómo éste, que fue a combatir a los bárbaros del Riff, y que allí respetó la vida de ancianos, niños y mujeres, y hasta las de sus propios asesinos, cuente en sus filas con hombres que, aquí, en su misma patria hayan hecho tantas iniquidades; claman al cielo tamaños crímenes. Su conducta fue, al romperse las hostilidades, indigna de militares españoles; se han presenciado escenas brutales, salvajes, como sacar a mujeres y niños de sus casas y ponerlos delante de las barricadas, para que la balas los matasen, a un anciano de sesenta años vendedor de carbón, porque le vieron las manos tiznadas, le fusilaron; entraban a las casas y como sólo quedaban los enfermos y ancianos, para que no presenciaran el saqueo, los cosían a bayonetazos.¡Qué matanza más terrible y sangrienta! "

Señores, en un país donde esto se escribe se dice que no hay libertad de imprenta y que el Gobierno es un tirano, que es cruel, que permite que estén en la cárcel escritores públicos, siendo así que en último resultado no hay ninguno. ¡Y esto se decía de los soldados de Alcolea! ¡Y esto lo decían redactores que sin los esfuerzos de esos soldados no hubieran salido nunca del oscuro rincón de su insignificancia política antes de los acontecimientos!

Siguen otros muchos números por el mismo estilo, pero no se los leo en obsequio a la brevedad.

Y señores, ¡raro contraste! Cuando españoles, cuando redactores de periódicos españoles insultaban y ultrajaban de esta manera a los soldados del ejército español, los extranjeros nos hacían justicia; y al mismo tiempo que este periódico publicado en España por escritores españoles decía lo que habéis acabado de oír, publicábase en el Times una carta de una señora inglesa que se deshacía en elogios respecto a la honradez de nuestros soldados, y como un caso extraordinario contaba que, a pesar de haber tenido que abandonar su habitación invadida por ellos y de dejar las llaves encima de las cómodas y encima de las mesas de las alhajas, no le faltó ninguna, ni ninguno de los objetos que allí había. Y mientras los extranjeros nos hacen justicia y aplauden las virtudes de nuestro ejército, hay españoles que tratan a nuestros soldados de asesinos, de salteadores, de ladrones y de cobardes? Yo siento muchísimo que el Sr. Joarizti haya venido aquí a vanagloriarse de lo que en el periódico se redacta, y según nos ha dicho casi dirige, se publica. Yo que S. S. no aceptaría esto, y de haberlo aceptado una vez por error, lo rechazaría con indignación, porque esto es lo que corresponde a un español, y mucho más a un español que tiene hoy la honra de representar a su país.

No tengo que decir nada de los escritores de otras opiniones. Ya ha explicado mi querido amigo el Sr. Zorrilla lo que ha sucedido con esos redactores de El Pensamiento Español. No están en la cárcel por un delito de imprenta, sino por un delito común. Pero el Sr. Vinader hizo alusión a una causa que se ha seguido también por una cuestión de imprenta a un amigo suyo, y que por lo visto es electo Diputado. [188]

Debo deshacer la equivocación que padeció S.S. No está encausado ese señor por haber dicho que el gobernador de Pamplona había cometido tropelías electorales. No, señores; en aquella provincia se conspiraba abiertamente.

Era la voz pública allí que el jefe de la conspiración era un Sr. Muzquiz. El gobernador observó a ese señor, creyó que había llegado el momento de prenderlo y bajo su responsabilidad lo prendió; y lo hizo tan a tiempo, que le encontró una porción de documentos importantísimos y graves que demostraban clara y evidentemente que estaba conspirando. Yo debo ser parco en esto, porque la causa se está siguiendo; pero debo decir que los documentos cogidos a ese señor constituyen una prueba palmaria de conspiración. El gobernador, cumpliendo con su deber, lo entregó a los tribunales, pero no sin guardarle todas las atenciones imaginables, sin dejar de ir varias veces a verle, a ofrecerle sus servicios particulares. No sólo no se cometió con ese señor tropelía alguna, sino que se le tuvieron todas las atenciones posibles. El Sr. Cruz Ochoa, quien se refería el Sr. Vinader, escribió entonces un artículo en los periódicos diciendo que con el Sr. Muzquiz se estaban cometiendo tropelías. El gobernador creyó que esto era un desacato a la autoridad; así lo consideró el fiscal, y se emprendió la causa. Nada, pues, tienen que ver con eso ni el Gobierno provisional, ni el Ministro de la Gobernación, ni el decreto sobre imprenta.

Pero el Sr. Castelar, hablando de los derechos individuales, y después de decir que el Gobierno en este punto había faltado a sus deberes, reconoció por fin que los había proclamado; pero que había sido porque el Sr. Rivero nuestro digno Presidente, los impuso al Gobierno. S. S. está altamente equivocado. ¿Sabe el Sr. Castelar dónde se fijó definitivamente el acuerdo de la proclamación de los derechos individuales? Pues se fijó en la fragata Zaragoza, ante los jefes de la marina española; allí acordamos proclamar y sostener en la revolución los derechos individuales. En la fragata Zaragoza, casi en el mismo momento en que como buque almirante empezaba a dar sus órdenes con su vistoso telégrafo de banderas y gallardetes para que la escuadra emprendiera la majestuosa marcha, y colocada en batalla frente a las murallas de Cádiz los marineros de gala y con los brazos abiertos sobre la yergas, los jefes sobre los puentes, y todos con la cabeza descubierta, se hiciera el saludo a los gaditanos con el grito salvador de la revolución, que, contestado con la salva de 200 cañonazos, fue el anuncio feliz de la regeneración de nuestra patria. Entonces fue cuando se acordó la proclamación de los derechos individuales. Vea el Sr. Castelar cómo no tenía necesidad el Sr. Rivero de venir a imponer al Gobierno en esta cuestión, tanto más cuanto que el Gobierno, por mucho respeto que le merezca el Sr. Rivero, por mucha consideración que le tenga, por mucho cariño que le profese, no se hubiera dejado imponer por nada ni por nadie lo que no hubiera creído conveniente a los intereses del país.

También ha hablado el Sr. Castelar, aunque ligeramente, del sufragio universal y de que se ha cohibido la voluntad de los electores por medio de credenciales. Y siento, señores, que de los bancos de enfrente salgan estos argumentos para hacer efecto. El Sr. Orense nos decía el otro día que los electores habían votado a los individuos de la mayoría por vino, por bacalao, y no sé por cuántas cosas más; ahora dice el Sr. Castelar que por credenciales. Señores, ¿por qué hemos de rebajar así a los electores, a los ciudadanos españoles, al pueblo español? Donde se lea y se crea que por unas cuantas credenciales o unos cuantos cuartillos de vino se trae y se lleva así como se quiera a los electores, ¿qué idea han de formar de este país? Señores, es muy difícil manejar de esta manera en ningún país, y mucho menos en España, a tres millones de electores que han tomado parte en la elección.

Y ya que hablo del número de electores que han tomado parte en la elección, debo hacerme cargo de una equivocación que el otro día cometió el Sr. Orense al decir que los republicanos que se sientan en esos bancos representan un millón de electores. El Sr. Orense, como sus dignos compañeros, aumentan fabulosamente las cosas que les favorecen. No llegan a 400.000 los electores republicanos que han tomado parte en las elecciones; conténtese S. S. con este número en vez del millón de que el otro día nos habló.

Que el Gobierno ha faltado a sus deberes declarándose partidario de la monarquía. Señores, mientras el éxito de la revolución dependía de la suerte de las armas, mientras que del fragor de los combates nacían las juntas revolucionarias, no se oyó ni más grito que el de Abajo los Borbones, ni se manifestó otra aspiración que la de reunión de las Cortes Constituyentes, aparte de la proclamación de los derechos individuales. Abajo lo existente, las Cortes Constituyentes decidirán de los futuros destinos de este pueblo; este fue el grito que resonó de uno a otro confín de la Península, con una unanimidad de que no hay ejemplo en los fastos revolucionarios de ningún país. Triunfante la revolución y constituido el Gobierno provisional, esa unanimidad, esa voz, ese grito unánime de la revolución no fue interrumpido más que por la impaciencia de algunos partidarios de la república, que atravesando el Pirineo después de pasada la lucha y desaparecido el peligro, empezaron a recorrer pueblos y ciudades dando vivas a la república, levantando un grito que no se había oído en el ruido del combate, o izando, en fin, una bandera que no había servido de enseña a ninguno de los combatientes. Ese grito, esas predicaciones tuvieron naturalmente su eco en algunos de los periódicos que se publicaban entonces, y que se declararon ya francamente republicanos, y resonaron también en las reuniones públicas que se tuvieron en Madrid y en otros puntos importantes de las provincias de España; y mientras esto hacían los partidarios de la república, los monárquicos, menos impacientes o más respetuosos a la reserva guardada en este punto por las juntas revolucionarias, se callaban, resultando de aquí, que como no se oía más que el ruido de los republicanos, llegó a creerse que con la dinastía borbónica habían desaparecido los monárquicos.

Pues bien: ante la impaciencia de algunos partidarios de la república, ante lo propaganda sin contradicción que se hacía de esta forma de gobierno, ante la perspectiva de la Europa, que empezó a creer que de hecho estaba establecida la república aquí, donde hasta entonces no había habido republicanos, todo lo cual empezó a traducirse para el Gobierno en dificultades y obstáculos que aumentándose y acumulándose, comenzaban a poner en peligro a la revolución, ¿qué había de hacer el Gobierno? ¿Había de permanecer callado? ¿Era posible que permaneciera silencioso? No era posible, y el Gobierno hizo lo que debía hacer, y diciendo al país la verdad y manifestando sus opiniones sobre este punto, tranquilizó a la Europa, y la tempestad que empezaba a asomar en la frontera se convirtió en nube de verano, y de todas partes fue saludada nuestra revolución con simpatías y en todas partes fueron recibidos los emisarios del Gobierno. El Gobierno no faltó a compromiso ninguno, ni a ningún deber; en todo caso faltarían los republicanos, que con una impaciencia inconveniente [189] desplegaron la bandera de la república bajo formas que hasta entonces habían sido completamente desconocidas.

Pero es más: no faltaron tampoco los republicanos, porque ni ellos ni nosotros nos comprometimos nunca, que yo sepa, a marchar unidos más que durante la lucha. Y no sólo los monárquicos no desistimos nunca de ser monárquicos, ni por poco ni mucho tiempo, sino que se dijo: "mientras dure la lucha, que no haya más que una bandera, la de la revolución; pero terminada la lucha, cada partido, el monárquico y el republicano, levantará la suya, y el país elegirá lo que crea más conveniente a su porvenir;" y eso dijo el general Prim en el manifiesto primero que dio en Cádiz, y eso dijo el Duque de la Torre y todos los generales que iniciaron la revolución en aquel punto de la Península.

¿Dónde están, pues, los compromisos a que hemos faltado, los deberes que no hemos cumplido? No es verdad; no hemos faltado a compromiso ni a deber ninguno: lo que hemos hecho es una declaración cuando creímos necesario hacerla; porque de otra manera, las dificultades, que empezaban a ofrecerse fuera de aquí eran tan grandes, que quizá no hubiéramos podido marchar, y nuestro primer deber era salvar la revolución.

Se nos ha hecho otro cargo, suponiendo que habíamos obrado con doblez disolviendo las juntas para hacer la declaración monárquica. No hay más que recordar de qué manera y cuándo se disolvieron las juntas revolucionarias para comprender que no fue aquella medida política una preparación para la declaración de la monarquía.

A las juntas revolucionarias se las encargó de la formación de los ayuntamientos y del nombramiento de los Diputados provinciales. Y es más: se las encargó esto, advirtiéndolas que no eran incompatibles los cargos de individuos de las juntas revolucionarias con los cargos de concejal o Diputado provincial, resultando de aquí que una gran parte de las juntas se convirtieron en ayuntamientos y Diputaciones provinciales; y como las juntas revolucionarias de los pueblos en muy pocas provincias habían reconocido como superiores a las de los partidos judiciales ni las de éstos a las de las capitales de provincia, resultaba que las juntas revolucionarias no eran más que juntas locales, y no hacían ni se tomaban otras atribuciones que las locales. De ahí resultó que los ayuntamientos fueron las mismas juntas, cambiando de nombre, y tenían las mismas atribuciones que tenían las juntas revolucionarias. Pues ¿qué habría conseguido el Gobierno con esa variación de nombre para hacer la declaración monárquica y no haberla hecho antes? La declaración monárquica la hizo el Gobierno cuando no pudo menos de hacerla, cuando vio que con el silencio monárquico no se oía más ruido que el de los republicanos, y cuando de fuera nos preguntaban: ¿es que en ese país se han acabado los monárquicos y que se va a establecer la república? Y el señor Castelar sabe muy bien las dificultades que hubiéramos encontrado, y que empezaba a encontrar el Gobierno provisional en la idea, en la duda siquiera de que aquí podía establecerse la república; pero conste, de todos modos, y esto me importa consignar, que el Gobierno no ha faltado a ningún compromiso ni a ningún deber; el Gobierno lo hizo porque pudo y debió hacerlo.

Señores, que como consecuencia de esta declaración monárquica vinieron los sucesos de Cádiz y Málaga, ha dicho algún Sr. Diputado. Los sucesos de Cádiz y Málaga vinieron desgraciadamente, a pesar de los esfuerzos que el Gobierno hizo para que no vinieran.

La situación de Andalucía era al poco tiempo de hecha la revolución, señores, terrible. El carácter de aquellos habitantes, la gran masa de proletarismo que hay allí, las pasiones fervientes de sus hijos, todo, en fin, contribuía a que la reacción encontrase allí masa mejor dispuesta que en ninguna otra parte de España para empezar la obra de su maquiavelismo, dados los medios de que pensaba valerse; y así es que desde el principio empezó a fijar sus reales en aquella parte de España, excitando las pasiones, predicando las ideas más disolventes y animando o provocando toda clase de movimientos. La reacción adoptando estos medios, excitando los malos instintos, y sobre todo, derramando dinero y recursos que llegaban sin saber por donde, como llovidos del cielo, consiguió presentar graves dificultades al Gobierno, que trataba de unificar la administración del país. A las medidas liberales del Gobierno, a sus consejos, a su prudencia se contestaba con sublevaciones, echando abajo las lápidas de la Constitución, como en Béjar, con proclamar por la fuerza armada la república, como en San Roque y en Béjar, con el asesinato de secretarios de ayuntamientos, como en Alcalá del Valle, con atropellos contra ayuntamientos y asaltos de casas consistoriales, como en Benabáez, con el repartimiento de bienes, como en Veger, Coril, Alcalá del Valle y otros pueblos de la provincia de Cádiz y Sevilla, con el desarme de la Guardia civil, como en Torrox, con la prisión de concejales, como en Jerez, con incendios y saqueos, como en Antequera, y con la desobediencia, la perturbación y la anarquía en todas partes. (El Sr. Villavicencio pide la palabra.) Este era el estado de Andalucía, o al menos en las provincias de Málaga, Cádiz y Sevilla.

En este estado, señores, ocurre una diferencia entre los comandantes de la Milicia de Cádiz y el ayuntamiento a propósito de la reorganización de los Voluntarios. El alcalde de Cádiz pasó comunicaciones a los comandantes de los batallones de Cádiz; los comandantes, con pretextos frívolos, no dan cumplimiento a las disposiciones del alcalde, éste insiste, los comandantes insisten también en no dar cumplimiento, y el alcalde se ve precisado a hacer dimisión, con todo el ayuntamiento. El gobernador, por las inspiraciones del Gobierno, quiera evitar el conflicto, consigue que el ayuntamiento no haga dimisión, que el alcalde siga en su puesto, y como medio de transacción, el alcalde delega en el gobernador las facultades que le daba el decreto de reorganización de la Milicia. En efecto, el gobernador se hace cargo de la reorganización de la Milicia, y tenemos ya a la Milicia de Cádiz desobedeciendo a su jefe natural, al elegido del pueblo, al alcalde; y cuando una fuerza popular desobedece a la autoridad popular, se declara en rebelión.

En tal estado de cosas, ocurre el conflicto del Puerto de Santa María, y ¿cómo ocurre ese conflicto? Por un motín de trabajadores; pero de trabajadores que eran individuos de la fuerza ciudadana de aquel punto, y se sublevan con las armas en la mano, y van a atacar al ayuntamiento y quieren destituir al alcalde. El ayuntamiento y el alcalde piden auxilios al gobernador: el gobernador me consulta en parte telegráfico, y yo le digo: " Pase V. inmediatamente al Puerto, y a los perturbadores recójales V. las armas y entréguelos a los tribunales."

Va el gobernador al Puerto, ve la mala disposición en que estaba aquello, pide fuerzas a Cádiz y da un bando para desarmar a los perturbadores que con las armas en mano se habían sublevado contra el alcalde y el ayuntamiento. Los sublevados, en vez de presentar las armas, sientan la batalla y hacen fuego contra la fuerza armada y el alcalde; se dispersan los sublevados, y cuando [190] aquello se había concluido, hay noticias de que en Cádiz se había roto también el fuego.

En Cádiz se rompió el fuego de la manera siguiente:

Sale el gobernador dejando dispuesta una fuerza de artillería para marchar al Puerto. Cuando esta artillería emprendía su marcha, una parte de la gente de Cádiz se va a la estación y quiere impedir que los soldados marchen, y les excitan a la rebelión contra sus jefes y les cogen materialmente del brazo, y con halagos primero, con amenazas y violencias después, quieren hacerles faltar a su deber. Desde aquel momento, aquel pueblo que así se conducía, estaba en rebelión, pues que excitaba a la rebelión a los soldados. Sin embargo, la autoridad no tomó medidas, porque creyó que partiendo la fuerza armada desaparecería la alarma, y la fuerza se embarcó. Entones se dieron mueras a la artillería, y al grito de, ¡a las armas que van a desarmar a nuestros hermanos! aquellas turbas se esparcen por la población. La autoridad quiere publicar el estado de sitio, y los soldados son recibidos a tiros.

¿Qué había de hacer la autoridad? Hizo todo lo posible para evitar la lucha; la lucha vino no obstante.

Lo mismo ha sucedido en Málaga; pero puesto que los señores de enfrente desean tratar esta cuestión aparte, dispuesto estoy para tratarla cuando lo juzguen conveniente. Entonces demostraré claramente que el Gobierno ha hecho todo lo posible, ha hecho mucho más que hubiera hecho ningún otro Gobierno para impedir lo que pasó en Cádiz y en Málaga. Y es seguro que ni en Cádiz ni en Málaga hubiera sucedido nada, como no sucedió en Sevilla, si en Cádiz y en Málaga hubiera habido una persona que, teniendo influencia en las masas, como la tenía en Sevilla el Sr. Rubio, hubiera hecho lo que el Sr. Rubio hizo.

Voy a concluir porque la hora es muy avanzada, el Congreso está fatigado, yo enfermo, y después del giro que ha tomado esta noche la discusión, poco dispuesto estoy a entrar en lucha con los enemigos de enfrente.

Habremos podido estar desacertados en algo los individuos del Gobierno provisional, ¿Quién no se equivoca en circunstancias críticas, como las que hemos atravesado? Pero en cambio, señores, hemos contribuido a la revolución más grande y más trascendental que registran los anales de nuestra historia moderna, y la hemos conducido sin que la anarquía haya podido establecer su lúgubre reinado ni por un solo momento entre nosotros. Hemos puesto en planta, en la acepción más extensa y de improviso, todos los derechos y todas las libertades, sin que los cimientos de la sociedad se hayan quebrantado en lo más mínimo. Hemos rechazado con toda fortuna como moderación, los rudos ataques y terribles embestidas de que nuestra común obra ha sido objeto. Hemos establecido en medio del estruendo de instituciones que se derrumban, de los peligros de la guerra civil y de las maquinaciones de la reacción, un procedimiento apenas ensayado y casi desconocido en las naciones más adelantadas del globo, el sufragio universal, y lo hemos aplicado con fortuna inesperada y éxito feliz. Hemos guardado incólume el depósito sagrado de la libertad, del orden y de la autoridad que la revolución confiara, en momentos de peligro, en nuestras manos. Os liemos reunido aquí, en medio de los vítores, de la alegría y del entusiasmo del pueblo; y venimos, por fin, respetuosamente a someter nuestra conducta a vuestro fallo hoy, al del país mañana, y al de la historia después: fallo que esperamos con la mirada serena, la frente erguida y tranquila a conciencia, porque si nos negara el acierto, nos ha de reconocer de seguro la lealtad de nuestros sentimientos y la honradez de nuestro proceder.



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